miércoles, 13 de abril de 2011

innovación consciente, consumo inconsciente

A partir de la Revolución Científica del siglo XVII que descubre cómo descubrir, la nueva rutina es la innovación, la transformación constante, y la idea de cambio va afianzándose cada vez más. Al institucionalizarse la ciencia y el método científico, se institucionaliza también ese proceso de cambio. La humanidad ya no innova azarosamente, como hacía con anterioridad, sino que innova voluntaria y conscientemente.

En consonancia, la sociedad, el individuo, se prepara para la adaptación, para el cambio, para el movimiento. Como escribía Paul Valèry, "la interrupción, la incoherencia, la sorpresa, son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan (...) de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados (...). Ya no toleramos nada que dure".

Del mismo modo, la actual revolución científico-técnica, ha generado a su vez una sociedad dispuesta y preparada para asumir esos cambios, una sociedad neofílica que no sólo acepta, sino que busca el cambio proactivamente, y cuyo hábito fundamental no es el mantener hábitos y rutinas, sino el hábito de cambiar de hábitos.

Si vivimos en una sociedad del conocimiento, no es menos cierto que al tiempo estamos insertos en una sociedad de consumo, como la caracterizó Baudrillard en su célebre obra.

El consumo se convierte en la principal forma de integración social y tras la II Guerra Mundial gana en sus dimensiones simbólicas, pasándose de la necesidad al deseo, estimulando la demanda tanto como antes se producía la oferta por medio sobre todo de la publicidad y la obsolescencia del producto.

La sociedad de consumo más que innovar desde el punto de vista científico y tecnológico, produce objetos. Objetos a los que se les despoja tanto de su valor de uso como de su valor de cambio y que se convierten en signos. La relación no se establece entre producción y necesidades, sino entre generación de deseos y posesión de objetos-signo.

Consumir significa, sobre todo, intercambiar significados sociales y culturales, por lo que sólo en un sistema que se organiza sobre la significación social, apoyado en los objetos, se puede entender la muerte moral de éstos, es decir, su obsolescencia, antes que su muerte material.
Esta sumisión del objeto al signo es el elemento central del consumo, puesto que los signos se manipulan por la publicidad y tienen una lógica propia: no satisfacer completamente la necesidad y dejar siempre abiertas las puertas al deseo.


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